viernes, 2 de octubre de 2009

... es un escritor pésimo. Forzosamente, no lo hace eso un escritor imprescindible para mí. Las razones ni son razones y mejor sería que fueran otras. Cuando militamos brevemente en una agrupación de marxismo mexicano – apenas dejábamos la adolescencia por otra – deploramos el oportunismo político. Que nos haya quedado a ambos el inoportunismo, como lastre crónico y estetizado – peor – tampoco es razón. Después nos vimos poco. No basta verse: basto es el mundo pero más basto es mi corazón. A la inoportunidad su estilo suma el atraso, o que su ingenuidad acuerde con la aberración, no le ofrece salida. Que sea ubicuo, improbable es. Su destreza para la bilocación, ha arrojado testimonios de terceros discordes. Lo hemos visto volar, comerse higos con asnos engullidos dentro; reír. Pagamos la fianza: salió de la cárcel. Perseveró, sabe huir, aunque mal. Es de esos escritores que no lo son, histéricos gélidos que saben desaparecer y aparecerte por la espalda, locos. Una cosa es escribir en peligro, otra ser, otra: ser peligroso. El anacronismo in, un muerto. Y un número que viene y va. Afuerado por el sistema, que ama y ningunea, ama y ningunea, equivoca el momento de ser un genio. Todo lo contrario de lo que concierne a la probable cita de Epicuro, no vive oculto: es una peatonal de intimidad, timos, intimidación, temor. Su escritura es de renuncia; su alma lo vende. Me tiene sin cuidado. Cosa de él. Yo me sé y cuidar sólo. No sé, de hecho, otra cosa. Demasiado legible, pasa desapercibido. Todo de secreto, como un. Fue el inventor – eso es cierto, no deja de ser meritorio – de la primera montaña de hipopótamo, o por lo menos, la primera en hacerse – o ser – visible. No quiso su premio y desde luego, no tuvo su premio. Que vuele es manierismo fuera borda, precisa de cierta lubricación. Yo sí lo vi. Al margen de todo esto, me confieso: soy yo el responsable de la inundación lamentable de la ciudad capital de nuestra provincia. No culpen a ningún miserable millonario famoso.

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