jueves, 29 de octubre de 2009

Si te hacés mucho la paja te salen pelos en la palma de la mano, eso es bien sabido. Lo mismo, de tanto querer ser el hombre invisible la gente se queda ciega.
Y menos mal que el fracaso es la única Redención: había hecho un curso para dejar de narrar y ahora era coleccionista de frases, abrió la puerta de un mueble repleto de papeles y empezó a sacar “álbumes” llenos de frases cortadas y pegadas. Si no las encontraba las inventaba, incluso terminó inventándolas todas. “Es lo mismo, y es más fácil; son de nadie”. Si bien no los leí todos, eché apenas vistazos, para ver de qué iba la cosa, después para darme un panorama cronológico: los primeros doscientos no pasaban de ser un manual de introducción al mundo o al sentido común ilustrado o – segundo caso - el muestrario impávido de un delirio rígido, trivial, pero ya los últimos treinta eran como autorreferenciales, de otros treinta anteriores que ya lo eran, se habían vuelto incontrolables y cada vez más inevitables. Me los comencé a llevar, y empecé a pedirle cada uno que iba llenando, se empezó a volver un vicio, le empecé a pedir que los apurara, que llenara más, más rápido, que los fuera haciendo para mí, noté que en la obligada velocidad fue dejando de pegarlas, fue transcribiendo - ¿tendré que decir “escribiendo”? – las frases directamente sobre la superficie de papel de los álbumes, cada vez más, fui perdiendo todo interés por el mundo, como quedándome sordo, como perdiendo el oído, fui perdiendo interés en toda voz todo enunciado que viniera directamente del mundo por así decir, apuraba mi trabajo en la computadora para poder leer el nuevo álbum recibido, que ya llegaban cada cuatro o cinco días, más tarde a diario, fui dejando de trabajar, de bañarme, de comer armónicamente, me empecé a reducir, achicar, peor: achicharrar, no percibía ya mi olor, mezcla de tinta de birome papel y mierda, me pudría, apenas si podía alzar los álbumes, llevarlos hasta el escritorio, levantarlos, pasar de página, la urgencia y la imperiosidad del encargo, periodicidad, los fue convirtiendo, desgastando, los fue pudriendo en cierta manera igual que a mí, automáticamente incontrolables pero a la vez controlados como por la chabacanería, una especie de total pavada oblicua a todo, las maravillosas frases alguna vez escolarmente triviales anomalía ahora senilmente gastada, que me llevaron a sustituir el mundo y al final me perdieron, seguían parejamente el curso de mi destino, aunque de otra forma totalmente disímil habían vuelto a su imbecilidad originaria, pero yo que me fui descascarando primero, carcomiendo y apestándolo todo, ya piel y huesos, después nada: cenizas, un montoncito disperso de pelos caspa pedazos de telas, media suela de zapatos, los álbumes ahí. Aunque con cortes, en el otro canal dan una mejor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario