sábado, 12 de septiembre de 2009

Lo curioso de todo es la forma de medirlo. Que las palabras estén en la cabeza en el dedo, la gramática, como una madre… Es el terreno anegadizo de la indecisión, eso que llaman música: nada de eso. Nunca importar. El Ocelote Lechero se encontraba en un trance de su vida, fundamental. Desde esa ínsula todo colgaría más tarde. Bien labial su pensamiento, porque un ocelote que habla, hace del habla algo si no maravilloso al menos. Riguroso. Proceloso. Es preferible que hable. En caso contrario… por ejemplo, puntualmente, de mi tiempo no colgará nada ni: nadie. Estoy perdido: en el exilio del exilio, mi sociología es una impostura (ni siquiera alguien que me lo diga). Me acuno en mi lujo: ya no ser otro. Azul, azul Francia, verde loro, amarillo cagada. El río llora, porque recibe la cagada de todo un pueblo, un pueblo gigante, como hay enanos gigantes, ocelotes al habla, esperar, esperar de quien no suscriba algo, algo y algo mejor que lo peor: azul Francia, verde moco, negro oloroso. Y un tic: tac. El odio, ( ) simple, ameno, dicharachero, afable, inflación. Perdido en su pensamiento, perdid-Oso. El Otro-del-Oso (Camus). Austero como oblongo, el tiempo, de sinecura, cisura. Lo heteróclito que en ley se esparce automático por unidades gramaticales-discursivas de Ferro. El río nunca adviene autista: se precipita en pespuntes de ocelote enfermo: anverso. De un reír insistidor, como un doctorado entre bastidores. ¿Qué de ella imagina de mí? El viento editor es torpe y se mece: menos libertad que acá, en dos películas: un elfo en El Salvador, otro en el cementerio, más tarde la dicha, Borges y yoico. Háganme silencio, soy socialista y la pendencia se me oculta de entre los dedos, doctorado dos. Deberíais privar a esas manos, hematomas, de sus subterfugios crónicos y espesos espasmos antelados con la minucia del oso del otro. Ayer se esc. El escuerzo le dice al ocelote: “Mi envidia es tu… en vida”. “Después de un esfuerzo absoluto sólo asiente el sumiso; el adversario cede: el temporal atrasa, el río se moja como un arte de los puños nuevo, intemporal utópico, como esos camélidos que silentes saben llegar con la lluvia por los derredores de la Circunvalación y se ramifican para el sueño del niño: el fracaso. Con eso sueñan – aramos -: los niños. Con demorarse en el fracaso, concebir la vida como una fiesta, flor de lo automático puliendo epitafios de la familia, Ingalls. Ingalinella”. Y que eso decida.

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